Si
algo carateriza a la obra de Shakespeare es su atemporalidad: el
contexto puede haber cambiado pero
el ser humano, en su más pura esencia, no lo ha hecho. Las
ambiciones, los odios y pasiones
siguen siendo el motor que mueve al
hombre, causa de sus acciones y responsable de sus
consecuencias.
El
objetivo de los dramas que escribió el Bardo de Avon es el poder, o
sea, el mismo objetivo que el “drama”
de la política. Su búsqueda no es solamente un elemento de fondo,
sino que llega a ser la verdadero
protagonista en muchas de sus obras. Shakespeare supo copiar, con
extremada
sensibilidad y exactitud, el fenómeno del poder como
pasión, fuerza, afán, tensión... En definitiva, explicó
su significado como motor del conflicto humano, hasta sus más
profundos matices, creó personajes
dramáticos sobre argumentos históricos que trascendieron al
original, convirtiéndose en prototipos
permanentes del comportamiento humano ante la lucha por el poder.
Shakespeare narró todas
las etapas de la lucha por el poder, desde los momentos en que los
ciudadanos comienzan a cuestionarse
la legitimidad del orden establecido y la justicia, como en el caso
de Coriolanus hasta la
ejecución de los impulsos provocados por ambición desmedida de que
acaba con el asesinato como
en los casos de Macbeth o Julio César, por ejemplo.
Este
empleo político de la obra de Shakespeare comenzó por él mismo. El
escritor vivió durante el reinado
de Elizabeth I (cuyo nacimiento se celebra al final de la obra Henry
VIII), la última de la dinastía
Tudor, y en algunos sectores se ha considerado una parte de su obra
como propaganda 1 de dicha
casa, ya que alerta acerca de los peligros de la guerra civil y
homenajea a los fundadores de la estirpe.
Además, presenta a Richard III (el último descendiente de la casa
York, principal rival de los
Tudor) como un monstruo mientras que alaba al usurpador Henry III,
perfiles que han sido ampliamente
discutidos por los historiadores a través de los años. Incluso en
algunas de sus obras (por
ejemplo, Richard III) se advierte del fin de una era (la etapa
medieval) con la irrupción del maquiavelismo
y recuerda con nostalgia la Alta Edad Media. Además, Shakespeare
justifica rebeliones
en ciertos casos e incluso el tiranicidio pero no utiliza la historia
inglesa para ello, sino que
lo engloba en obras que ambienta en la Antigua Roma (Julio César),
Dinamarca (Hamlet) o
Escocia
(Macbeth).
Si
bien Shakespeare nunca fue un propagandista al uso, ya que solamente
pretendía invitar al público a sacar sus
propias conclusiones y a
cuestionar el orden establecido. Además de presunta propaganda
política, también se dice que en sus obras se esconden alusiones a
sus fuertes creencias católicas y sus miedos respecto al futuro de
Inglaterra. Desde la defensa (en
boca de sus personajes) de la fe en
la “verdadera religión antigua” señalaba al catolicismo que su
familia y él parecían practicar. En su época la censura y la quema
de panfletos “ilegales” estaban a
la orden del día, por lo que
sus mensajes debían estar ocultos y disimulados. De la misma manera
expresaba su intranquilidad respecto a la situación política
imperante, empleando metáforas como
“tempestad” o “tormenta”
para referirse a los problemas británicos. Incluso se afirma que
las
referencias al sol constituyen una metáfora de Dios y que los
personajes a los que describe como
“bronceados” (por ejemplo
Viola, Imogen o Portia) son aquellos a los que considera más
cercanos a
la divinidad. Otra posible clave se encontraría en las
referencias al número cinco (las heridas de
Jesucristo) cuando el
escritor describe flores, heraldos o incluso marcas de nacimiento,
por ejemplo.
Pero
Shakespeare no solo hizo un claro y preciso retrato de la sociedad
política de su tiempo (y del pasado),
sino que dejó los ingredientes que seguirían utilizándose siglos
después con el fin de continuar
retratando sociedades y épocas, en muchos casos con una
intencionalidad que va más allá de
la mera narrativa histórica.
“The
play's the thing. Wherein I'll catch the conscience of the king”
(Hamlet, Act 2, Scene 2)
El 8
de febrero de 1601 tuvo lugar la fallida rebelión que intentaba
conquistar el trono inglés para el Conde
de Essex. La noche anterior los conspiradores pagaron a la
Shakespeare's Company para que
representasen Richard III,
obra en la que acontecían eventos similares, con el fin de alentar a
los
rebeldes. En la investigación que siguió al alzamiento se
ejecutó a varios de los asistentes a la
representación, si bien
los actores fueron eximidos de cualquier cargo delictivo.
La
Guerra Civil de 1640 fue más religiosa que política (la ejecución
de Charles I se relacionó
también con sus creencias católicas) y
trajo consigo el cierre de numerosos teatros públicos en una
“campaña por la moral pública”. Cuando más de una década
después su hijo Charles II regresó a
Inglaterra de su exilio en
Francia, una de las primeras medidas de su reinado fue la reapertura
de los
teatros. La patente de uno de ellos fue otorgada al
dramaturgo William Davenant, quién decidió
devolver el favor de
alguna manera adaptado la obra Macbeth. Los paralelismos con
la historia son innegables:
un rey asesinado por rebeldes ambiciosos, una etapa de oscuridad y
confusión y,
finalmente, un nuevo gobernante justo y legítimo.
Mediante esta adaptación, Davenant transmitía la obra
que Shakespeare probablemente había escrito para honrar al abuelo de
Charles II, James I, promesa de un nuevo reinado de paz y prosperidad.
Durante
los siglos XVII y XVIII las adaptaciones de las obras del Bardo
fueron alteradas. Tal como hiciera
Davenant, se incluyeron discursos y escenas nuevas a fin de que cada
dramaturgo incluyese determinados
mensajes que le interesaba transmitir. A día de hoy esto nos parece
casi inconcebible pero
en aquella época reescribir una obra era más común de lo que
pensamos. Uno de los más
duraderos ejemplos de alteraciones fue El
Rey Lear, cuyas representaciones entre 1681 y 1823
terminaban
con un final feliz que incluía una boda entre Edgar y Cordelia. Del
mismo modo, La Tempestad se convirtió en una ópera con un
nuevo conjunto de personajes. Estos cambios no solo eran
permitidos,
sino esperados, y daban a la gente con profundas convicciones
políticas y religiosas la
oportunidad de declarar sus ideas
valiéndose de la fama de Shakespeare.
El
nombre del escritor acababa saliendo de un modo u otro los grandes
debates políticos del s. XIX. Por
ejemplo, una discusión acerca de la esclavitud traía argumentos
sacados de Otelo o la defensa de
los derechos civiles para los judíos se apoyaba en El Mercader de
Venecia. Por supuesto, esto no sucedía
solamente en Inglaterra; durante la era de la crisis política y
social que reinaba en Alemania a
mediados del s. XIX, el poeta Ferdinand Freiligrath escribió un
poema llamado "Deutschland ist Hamlet"
en el que lamentaba la situación de indecisión en cuanto a la
búsqueda de la identidad alemana.
El
convulso siglo XX fue el contexto perfecto para que las adaptaciones
con tintes políticos
removiesen las conciencias y alentasen al
público que padecía bajo regímenes abusivos.
Encontramos un
ejemplo en la representación de Hamlet que Jan Kott presentó en
Polonia en 1956, poco
después del XX Congreso del Partido Comunista Soviético. La
traducción del texto fue casi
literal pero se enfocó como una obra
de protesta contra la represión soviética. Cuando Hamlet dijo “Dinamarca
es una prisión”, el público estalló en aplausos. Sin embargo, en
este caso nos hallamos ante
un camino de dos direcciones, ya que la URSS también promocionaba
las obras de
Shakespeare y se apropiaba de su discurso, atribuyendo
su propia ideología al escritor (el crítico R. M.
Samarin afirmaba que el Bardo veía a la humanidad desde el punto de
vista comunista, dado que definía
al hombre como “participante activo en la sociedad y no una
lastimera criatura de Dios”).
Si
bien resulta chocante que estos dos bandos utilizasen a su favor a la
misma figura literaria, aún es más
llamativo considerar que las representaciones de Shakespeare se
encontraban entre las más
populares en el teatro judío entre los
años veinte y treita y, al mismo tiempo, estas mismas obras
eran
los únicos trabajos culturales de una nación perteneciente a los
Aliados que estaban permitidas en
la Alemania nazi. Los regímenes totalitarios y la obra de
Shakespeare parecen ser una constante en la agitada época
que
rodeaba a los conflictos bélicos europeos. Encontramos otro caso de
reinterpretación de
Shakespeare en la versión de Julio César
que Orson Welles presentó en el Teatro Mercury en 1937.
En ella se
fusionan la Antigüedad Clásica y el momento que se vivía en la
Italia de Entreguerras,
con el nazismo y el fascismo en su punto
álgido.
Esta
práctica de retratar a gobernantes de carácter dictatorial mediante
obras de Shakespeare no ha desaparecido;
en 2014 Ben Wishaw declaró que Muamar el Gadafi fue una de sus
inspiraciones a la hora
de interpretar a Richard II.
No
fue solo el teatro el medio elegido para dar una dimensión
contemporánea a la faceta política de la
obra de Shakespeare. Las adaptaciones al cine también incluyeron
alteraciones y diferentes
énfasis en la perspectiva de la historia
narrada. Destaca el caso Henry V, llevado al cine por
Lawrence Olivier (1940) y Kenneth Branagh (1989). La versión de
Olivier presentaba a un rey (que dibujó
aún más virtuoso que el creado por Shakespeare) guiando a su Pueblo
a una victoria heroica, fomentando
el patriotismo y eliminando las escenas que representaban las
atrocidades de los
soldados ingleses. Se trataba de un ejercicio de
propaganda y fomento de la devocióna las tropas, un filme
que transmitía un mensaje de esperanza muy necesario en la época en
la que la película fue estrenada.
Por el contrario, Branagh ofreció una visión menos romántica y más
cruda. El contexto histórico
en el que se presentó su versión era el fin de la Guerra Fría; el
enemigo ya no parecía tan monstruoso
y la guerra no parecía tan épica y heroica. Esta película es mucho
más cínica y no duda en
centrarse en aspectos más introspectivos como la duda, la moral la
ira y el miedo. Mientras que las
escenas bélicas de Olivier eran grandiosas y heroicas, las de
Branagh reflejaban una atmósfera mucho
más oscura y descarnada. Además, esta última versión recupera las
escenas que muestran el lado
no tan noble de las tropas que Olivier había eliminado, dotando así
a la película de un discurso que
muestra los aspectos más crueles de la campaña militar inglesa.
Ambos mensajes se entendieron y
cumplieron su función: de aliento en el primer caso y como agitador
de conciencias en el segundo (si
bien Branagh fue muy criticado en los sectores más conservadores).
En
los últimos años se ha continuado equiparando figuras y mensajes
políticos con la obra de Shakespeare.
Los periódicos norteamericanos compararon a Bill Clinton con varios
personajes de la obra
del Bardo, sobre todo con Henry IV robando el trono a Richard II.
Además, una producción de Antonio
y Cleopatra durante la época del escándalo Lewinski trazó
varios paralelismos entre Antonio
y Clinton (“un líder y un libertino al mismo tiempo”). Otro
ejemplo, en este caso implicando
a un republicano, lo encontramos en un artículo del New York Daily
News en 2013: “La producción
de Shakespeare que se presenta este año en Central Park habla del
líder de una nación que invade un país distrayendo así la
atención de la gente del dudoso camino que le llevó al poder. ¿El
Presidente George W. Bush? No, Henry V”.
Es
común que los ocupantes o candidatos a la Casa Blanca sean retratados como
personajes de Shakespeare. El Wall
Street Journal se refirió a John McCain como un Rey Lear senil cuyos
intentos por ejecutar su poder
acababarían en tragedia, mientras que otros medios definían a
Romney como un controlador Octavius.
Incluso se invocó a Macbeth para hablar del comportamiento
del feudo republicano en un debate:
“un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin
significado alguno”. También con
Lady Macbeth es comparada la actual candidata a la Casa Blanca,
Hillary Clinton desde mucho antes
de que dejase de ser la esposa del gobernante para postularse ella
misma como líder.
Conclusión
Queda
claro que la atemporalidad de la obra de Shakespeare ha sido empleada
mucho más allá de lo meramente
cultural. Al igual que las prácticas Maquiavélicas o las tácticas
de oratoria de Cicerón, el retrato
que el Bardo hace del alma humana y de sus pasiones, orientadas en
muchos casos a la conquista
del poder, es más actual cada día que pasa. El precio de su
prestigio es el
aprovechamiento de su figura y su obra en pos de
intereses partidistas y gubernamentales, siéndole atribuídas
ideologías que no profesaba. La patente actualidad de sus historias
nos hace comprender que
el pasado está condenado a repetirse pero también nos enseña que
son posibles las hazañas de sus
héroes fuera de un campo de batalla y que la denuncia de la
injusticia es el fin más noble que ha prevalecido
a lo largo de todo tipo de épocas y transiciones. ¿Qué hubiese
escrito Shakespeare en el siglo
XXI? Quizás ya lo ha escrito.
Fuentes
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BLOOM, H. Shakespeare Through the Ages (Chelsea House Pub, 2007)
(Book serie)
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2005)
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WOO, Celest. Communal Heritage vs. Crucible of Honor: The Function of
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&
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-
ZOLFAGHARKHANIi, M. and HESHMATIFAR, Z. Pedagogical and Colonial
Power Discourses
in
William Shakespeare’s The Tempest (2012)
-
Shakespeare On Line – Study Tools (Britain in Print)
-
Shakespeare en la imaginación contemporánea (UNED)
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