jueves, 9 de febrero de 2012

Polemiza que algo queda

Hace unos días, el Gran Wyoming comentaba en el Intermedio qué pensarían los de Intereconomía si los recortes fuesen en libertad de expresión. Como firme defensora de esta libertad, sería la primera en acampar delante de dónde fuese y taparme con los periódicos más radicales de ambos lados.
Pero lo que no se debería permitir es traspasar ciertos límites de ética y moral y quedar impune. Porque sienta un precedente peligroso llamado “que hablen de mí aunque sea mal”. La libertad de uno acaba dónde empieza la libertad de otro y las palabras pueden ser la peor de las armas.

Lo que ha impulsado este post ha sido la última columna de Salvador Sostres, pero la inspiración viene de antes, de él, entre otros, y lo utilizaré como ejemplo principal por haber sido el último en pulsar demasiado rápido las teclas, pero como él hay más. Como digo, su último texto (insinuando que detrás de cada chica con piercings y tatuajes – de los chicos no habla, será que no llevan – hay un abandono paterno, entre otras cosas) es ofensivo pero es de lo más light que ha publicado, la verdad. Él tiene libertad de expresión absoluta y cobra por ello. Parece que cuánta más gente ofende, más incentivos recibe. No digo que sea así, ojo, digo que da esa sensación, por la satisfacción que parece producirle ser odiable cada vez que abre la boca o se pone delante del teclado.
Algunos tertulianos o escritores eligen a alguien (normalmente de las altas esferas de la política) y sus machaques (muchos injustificados, no exactamente por el contenido, sino por las formas) están dirigidos a esa persona o personas. Pero Sostres no. Él elige faltar al respeto a colectivos enteros, a todo un género, a un país que acaba de sufrir una catástrofe. ¿Qué pensarían los haitianos que han perdido todo al leer “es un drama, pero el mundo a veces hace limpieza”? ¿Diría lo mismo si hubiese pasado en su querida Cataluña? (lo diría en catalán, en cualquier caso, ya que “hablar en español es de pobres”, claro que dónde dije digo... porque ahora en El Mundo, Telemadrid, Intereconomía... bien que habla en ese idioma de la plebe y no parece estar empobreciéndose precisamente). ¿Cómo se supone que se tiene que sentir una víctima superviviente de la violencia doméstica – por no hablar de la familia de la chica del caso concreto – al ver cómo el columnista justifica el crimen?
Podía seguir poniendo más ejemplos pero son bastante desagradables y creo que todos conocemos bien las líneas por dónde van.
Miles de periodistas en paro, pero gente como Sostres cobra por escribir o decir cosas que no se llegan a soltar ni en discusiones de bar tras unas cuántas copas. ¿Qué podría pensar un extranjero que leyese o escuchase cosas como estas? O mejor aún ¿qué podemos pensar nosotros de nuestro país si nos creemos que Sostres (lo siento, la he tomado con él para poner los ejemplos en la misma línea, pero bien sabemos que no es el único) y otros como él son realmente “la voz del Pueblo” y que una mayoría piensa como ellos pero no tiene el valor de expresarlo?

¿Qué solución hay? ¿Censura? No, ni por asomo. Pensar antes de escribir. Pero pensar en los lectores, no en ser Trending Topic, no en lo que vas a cobrar, no en lo que se va a hablar de lo escrito, no en ser artífice de la polémica por deporte. Hablamos de que en los medios solo hay malas noticias. Algunos quieren ser ellos la noticia. Pues marcad la diferencia siéndolo por algo positivo, que de negatividad tenemos excedentes. Gracias.