“High-Rise
is all about architecture, but it's also not about architecture
at all” (Ned Beauman)
Dentro
de unos días se estrenará la adaptación cinematográfica de la
novela High-Rise (Rascacielos), de J.G. Ballard,
dirigida por Ben Wheatley y protagonizada por Tom Hiddleston, Luke
Evans, Jeremy Irons y Sienna Miller. La verdad es que mientras leía
el libro pensaba que era material “Lars von Trier”, así que
estoy deseando ver qué ha hecho Wheatley, porque si la hubiese
dirigido el danés tendríamos un Dogville claustrofóbico y
descarnado, brillante pero estéticamente previsible, rozando el gore
y descorazonando visualmente al espectador en cada plano. O quizás
no, solo estoy elucubrando. La crítica de aquellos que pudieron ver
la película en su estreno en el Festival de San Sebastián afirma
que es escalofriante, absurda, demencial e hipnótica, por citar solo
algunos adjetivos. A falta de verla, de momento voy a hablar del
material primigenio del que surge: la novela. Y adelanto que si la
película es escalofriante, absurda, demencial e hipnótica, que
probablemente lo sea, es porque el libro lo es.
La
premisa es un día cualquiera en un lugar no tan cualquiera: nos
encontramos en un edificio – ciudad, una maravilla arquitectónica
que hace realidad la utopía propuesta por Le Corbusier: una torre de
lujo, repleta de comodidades y facilidades, desde piscina hasta
escuela, que el residente solo abandonaba para ir al trabajo (si ese
fuera el caso, ya que varios de los residentes trabajan desde casa).
Los vecinos viven alejados del mundanal ruido, aislados del caos de
Londres y rodeados por otros edificios similares que en ese momento
todavía están deshabitados y un lago artificial aún en
construcción. Todas sus necesidades están cubiertas, la pirámide
de Maslow parece tener forma rectangular coincidente con el
rascacielos y la paz, en términos generales, reina en un ambiente
bastante impersonal, circunstancia preferida por muchos de los
residentes.
Pero
esta utopía vira en distopía en lo que dura un pestañeo, o, más
bien, un apagón. Unos minutos de caos en los que las comodidades
desaparecen terminan con el cadáver de un perro en la piscina, la
muerte simbólica del status quo que se vivía. A partir de
ese momento distintos fallos en el edificio (al principio técnicos
pero pronto provocados) lo convierten en una cárcel, un secuestrador
arquitectónico en dónde todos los rehenes tienen síndrome de
Estocolmo. Ascensores estropeados, agotamiento de las provisiones,
peleas, caos y muerte parecen motivos más que suficientes para
abandonar aquello que antes pudo ser un hogar, pero, por el
contrario, los vecinos se resisten a ello, llegando a abandonar todo
contacto con el mundo exterior y ocultando por todos los medios la
situación. Volvemos aquí a esa pirámide de Maslow, que va siendo
truncada de arriba abajo a medida que el caos asciende hasta que
finalmente solo importa cubrir las necesidades fisiológicas y de
seguridad, a costa de lo que sea. Somos testigos de episodios
completamente incomprensibles desde fuera de esa torre, en la que los
más bajos instintos corrompen hasta a las más altas esferas. El
prototipo ideal de la vida moderna es ahora el lugar más
incivilizado del mundo: el rascacielos vive en la prehistoria.
El
edificio es la metáfora en forma de universo limitado (enfatizado
por el aislamiento) de las clases sociales. En las plantas más bajas
viven los trabajadores de menor poder adquisitivo, vidas sencillas y
profesiones técnicas. Los pisos intermedios son para la clase media
/ media-alta, profesionales del mundo de la medicina o las finanzas.
En algunos de los pisos que divide ambos espacios habitacionales se
hallan las zonas de servicios comunes: supermercado, escuela,
piscina... Finalmente en la parte más alta del edificio se encuentra
el ático del arquitecto del edificio, en una suerte de simbolismo
que lo calificaría como deidad vigilando y gobernando su creación.
La lucha entre propietarios ante la falta de recursos es una lucha de
clases en toda regla y aunque parece fácil pensar “pero ellos
pueden salir del rascacielos y comenzar una nueva vida”, la
realidad es que no, que tal y como comprobamos en las últimas
visitas al exterior de algunos residentes, pueden salir (físicamente)
del edificio, pero el edificio no sale de ellos. Esa nueva forma de
vida que compraron junto a sus apartamentos ha resultado ser la
trampa psicológica que les ha atrapado volviendo su mundo del revés
y provocándoles una agorafobia que solo se calma volviendo al
territorio inseguro y salvaje en lo que se ha convertido aquello que
una vez llamaron hogar.
La
historia en el libro es narrada por tres voces, una perteneciente a
cada clase o segmento del edificio:
-
Richard Wilder es el representante de las plantas (clases) bajas.
Trabajador de televisión, encuentra en el caos que sume al edificio
el tema perfecto para un documental, por ello abandona a su familia y
emprende una subida a la azotea cargado con su cámara. Esta
ascensión, que parecería fácil en una realidad tal como la
conocemos (bastaría con tomar un ascensor) es una expedición con
tintes épicos plagada de obstáculos que le hacen retroceder,
alianzas por medio de la protección (en el caso de las mujeres) y
violencia (cuando se trata de hombres). Su apellido no es casual:
Wild significa “salvaje”, por tanto wilder es “más salvaje”,
como el mismo personaje se va volviendo más y más salvaje,
descendiendo a sus más bajos instintos a medida que asciende en el
rascacielos. Además SPOILER
FIN DE SPOILER.
-
Anthony Royal, el ya mencionado arquitecto del edificio, que observa
el ascenso y caída de su obra, disfrutando más de esto último,
fascinado por el experimento sociológico que está teniendo lugar en
“sus dominios”. Su apellido, Royal, alude a la realeza, como
representante de la clase más alta de esa radiografía social,
cómodamente instalado en su ático y con una actitud mitad
paternalista, mitad beligerante, llegando a hacerse con un “ejército”
de perros y gaviotas.
-
Richard Laing , médico forense, es un residente de las plantas
intermedias y representa,a la clase media-alta. Podría ser el
narrador más objetivo de los tres (de hecho es el hilo conductor de
la novela y más aún en la película), si bien el personaje es
prácticamente “invisible”: conocemos los hechos que él nos
narra pero no es el protagonista directo de nada: no inicia acciones
beligerantes ni toma represalias realmente, solo se deja llevar,
establece alianzas y es el perfecto observador participante. Sin
embargo, esto no disminuye su importancia, al contrario: Laing
representa lo que la mayoría de la población haría en un caso así
(llevado a los extremos y teniendo en cuenta el contexto distópico
en el que nos hallamos; desde “fuera” es fácil decir que se
llamaría a la policía o se abandonaría el edificio). Él se
preocupa de proteger a su hermana, residente también del edificio,
en conseguir provisiones y convertir su casa en un improvisado
búnker; en definitiva, su objetivo es sobrevivir. No obstante, su
síndrome de Estocolmo es el más evidente y acepta la nueva realidad
como definitiva, preparándose para perpetuar su existencia en ese
nuevo mundo metafóricamente post-apocalíptico SPOILER
FIN DE SPOILER.
Cabe
destacar que, si bien el protagonismo parece monopolizado por los
hombres, el papel de la mujer y su evolución es realmente importante
en esta “nueva” sociedad que nos deja el final de la novela. Sin
entrar en detalles, las mujeres del edificio empiezan siendo “esposas
de”, son abandonadas y finalmente encuentran un nuevo papel, que
promete ser determinante en lo que pase “fuera de plano” al
terminar el libro.
Queda
esperar a la película para ver cómo las imágenes mentales que el
libro pinta de manera magistral toman vida en la pantalla. El hecho
de que la crítica la haya calificado como extraña y demencial
parece confirmar que el trabajo está bien hecho, pues así es cómo
resulta este descenso al primitivismo en un ambiente rodeado de
modernidad visto “desde fuera” (he usado varias veces esta
expresión pero es la mejor forma de expresar esa visión del
espectador en cuanto a fondo y forma, toda la acción ocurre
literalmente entre cuatro paredes y aquellos que no están dentro del
edificio no podrían comprenderlo). Pronto se abrirán las puertas de
EL Rascacielos con mayúsculas, a ver qué nos encontramos al entrar.
(Imágenes: wikipedia, tumblr)