martes, 15 de marzo de 2016

Una jaula de cuarenta pisos. Crítica de High-Rise... LIBRO (en espera de la película)

High-Rise is all about architecture, but it's also not about architecture at all” (Ned Beauman)

Dentro de unos días se estrenará la adaptación cinematográfica de la novela High-Rise (Rascacielos), de J.G. Ballard, dirigida por Ben Wheatley y protagonizada por Tom Hiddleston, Luke Evans, Jeremy Irons y Sienna Miller. La verdad es que mientras leía el libro pensaba que era material “Lars von Trier”, así que estoy deseando ver qué ha hecho Wheatley, porque si la hubiese dirigido el danés tendríamos un Dogville claustrofóbico y descarnado, brillante pero estéticamente previsible, rozando el gore y descorazonando visualmente al espectador en cada plano. O quizás no, solo estoy elucubrando. La crítica de aquellos que pudieron ver la película en su estreno en el Festival de San Sebastián afirma que es escalofriante, absurda, demencial e hipnótica, por citar solo algunos adjetivos. A falta de verla, de momento voy a hablar del material primigenio del que surge: la novela. Y adelanto que si la película es escalofriante, absurda, demencial e hipnótica, que probablemente lo sea, es porque el libro lo es.



La premisa es un día cualquiera en un lugar no tan cualquiera: nos encontramos en un edificio – ciudad, una maravilla arquitectónica que hace realidad la utopía propuesta por Le Corbusier: una torre de lujo, repleta de comodidades y facilidades, desde piscina hasta escuela, que el residente solo abandonaba para ir al trabajo (si ese fuera el caso, ya que varios de los residentes trabajan desde casa). Los vecinos viven alejados del mundanal ruido, aislados del caos de Londres y rodeados por otros edificios similares que en ese momento todavía están deshabitados y un lago artificial aún en construcción. Todas sus necesidades están cubiertas, la pirámide de Maslow parece tener forma rectangular coincidente con el rascacielos y la paz, en términos generales, reina en un ambiente bastante impersonal, circunstancia preferida por muchos de los residentes.
Pero esta utopía vira en distopía en lo que dura un pestañeo, o, más bien, un apagón. Unos minutos de caos en los que las comodidades desaparecen terminan con el cadáver de un perro en la piscina, la muerte simbólica del status quo que se vivía. A partir de ese momento distintos fallos en el edificio (al principio técnicos pero pronto provocados) lo convierten en una cárcel, un secuestrador arquitectónico en dónde todos los rehenes tienen síndrome de Estocolmo. Ascensores estropeados, agotamiento de las provisiones, peleas, caos y muerte parecen motivos más que suficientes para abandonar aquello que antes pudo ser un hogar, pero, por el contrario, los vecinos se resisten a ello, llegando a abandonar todo contacto con el mundo exterior y ocultando por todos los medios la situación. Volvemos aquí a esa pirámide de Maslow, que va siendo truncada de arriba abajo a medida que el caos asciende hasta que finalmente solo importa cubrir las necesidades fisiológicas y de seguridad, a costa de lo que sea. Somos testigos de episodios completamente incomprensibles desde fuera de esa torre, en la que los más bajos instintos corrompen hasta a las más altas esferas. El prototipo ideal de la vida moderna es ahora el lugar más incivilizado del mundo: el rascacielos vive en la prehistoria.
El edificio es la metáfora en forma de universo limitado (enfatizado por el aislamiento) de las clases sociales. En las plantas más bajas viven los trabajadores de menor poder adquisitivo, vidas sencillas y profesiones técnicas. Los pisos intermedios son para la clase media / media-alta, profesionales del mundo de la medicina o las finanzas. En algunos de los pisos que divide ambos espacios habitacionales se hallan las zonas de servicios comunes: supermercado, escuela, piscina... Finalmente en la parte más alta del edificio se encuentra el ático del arquitecto del edificio, en una suerte de simbolismo que lo calificaría como deidad vigilando y gobernando su creación. La lucha entre propietarios ante la falta de recursos es una lucha de clases en toda regla y aunque parece fácil pensar “pero ellos pueden salir del rascacielos y comenzar una nueva vida”, la realidad es que no, que tal y como comprobamos en las últimas visitas al exterior de algunos residentes, pueden salir (físicamente) del edificio, pero el edificio no sale de ellos. Esa nueva forma de vida que compraron junto a sus apartamentos ha resultado ser la trampa psicológica que les ha atrapado volviendo su mundo del revés y provocándoles una agorafobia que solo se calma volviendo al territorio inseguro y salvaje en lo que se ha convertido aquello que una vez llamaron hogar.



La historia en el libro es narrada por tres voces, una perteneciente a cada clase o segmento del edificio:
- Richard Wilder es el representante de las plantas (clases) bajas. Trabajador de televisión, encuentra en el caos que sume al edificio el tema perfecto para un documental, por ello abandona a su familia y emprende una subida a la azotea cargado con su cámara. Esta ascensión, que parecería fácil en una realidad tal como la conocemos (bastaría con tomar un ascensor) es una expedición con tintes épicos plagada de obstáculos que le hacen retroceder, alianzas por medio de la protección (en el caso de las mujeres) y violencia (cuando se trata de hombres). Su apellido no es casual: Wild significa “salvaje”, por tanto wilder es “más salvaje”, como el mismo personaje se va volviendo más y más salvaje, descendiendo a sus más bajos instintos a medida que asciende en el rascacielos. Además SPOILER
FIN DE SPOILER.
- Anthony Royal, el ya mencionado arquitecto del edificio, que observa el ascenso y caída de su obra, disfrutando más de esto último, fascinado por el experimento sociológico que está teniendo lugar en “sus dominios”. Su apellido, Royal, alude a la realeza, como representante de la clase más alta de esa radiografía social, cómodamente instalado en su ático y con una actitud mitad paternalista, mitad beligerante, llegando a hacerse con un “ejército” de perros y gaviotas.
- Richard Laing , médico forense, es un residente de las plantas intermedias y representa,a la clase media-alta. Podría ser el narrador más objetivo de los tres (de hecho es el hilo conductor de la novela y más aún en la película), si bien el personaje es prácticamente “invisible”: conocemos los hechos que él nos narra pero no es el protagonista directo de nada: no inicia acciones beligerantes ni toma represalias realmente, solo se deja llevar, establece alianzas y es el perfecto observador participante. Sin embargo, esto no disminuye su importancia, al contrario: Laing representa lo que la mayoría de la población haría en un caso así (llevado a los extremos y teniendo en cuenta el contexto distópico en el que nos hallamos; desde “fuera” es fácil decir que se llamaría a la policía o se abandonaría el edificio). Él se preocupa de proteger a su hermana, residente también del edificio, en conseguir provisiones y convertir su casa en un improvisado búnker; en definitiva, su objetivo es sobrevivir. No obstante, su síndrome de Estocolmo es el más evidente y acepta la nueva realidad como definitiva, preparándose para perpetuar su existencia en ese nuevo mundo metafóricamente post-apocalíptico SPOILER
FIN DE SPOILER.



Cabe destacar que, si bien el protagonismo parece monopolizado por los hombres, el papel de la mujer y su evolución es realmente importante en esta “nueva” sociedad que nos deja el final de la novela. Sin entrar en detalles, las mujeres del edificio empiezan siendo “esposas de”, son abandonadas y finalmente encuentran un nuevo papel, que promete ser determinante en lo que pase “fuera de plano” al terminar el libro.


Queda esperar a la película para ver cómo las imágenes mentales que el libro pinta de manera magistral toman vida en la pantalla. El hecho de que la crítica la haya calificado como extraña y demencial parece confirmar que el trabajo está bien hecho, pues así es cómo resulta este descenso al primitivismo en un ambiente rodeado de modernidad visto “desde fuera” (he usado varias veces esta expresión pero es la mejor forma de expresar esa visión del espectador en cuanto a fondo y forma, toda la acción ocurre literalmente entre cuatro paredes y aquellos que no están dentro del edificio no podrían comprenderlo). Pronto se abrirán las puertas de EL Rascacielos con mayúsculas, a ver qué nos encontramos al entrar.



(Imágenes: wikipedia, tumblr)